miércoles, 13 de marzo de 2019

Una breve reflexión sobre «La gran belleza»





Debo reconocer que tenía una gran deuda con esta película pero, después de haberla visto hace unos días y de rumiarla en mi cabeza a fuego lento, admito que cada vez estoy más maravillado con «La gran belleza». Muchas personas, yo mismo me incluyo, teníamos en mente la idea de que se trataba de una especie de puesta al día de «La dolce vita». Sin embargo, creo que va más allá del filme de Fellini y que logra mostrar otros planteamientos. En cuanto al largometraje que nos ocupa, Paolo Sorrentino ofrece un fresco de la vida romana a través de los ojos de su protagonista, el escritor Jep Gambardella, el cual está magistralmente interpretado por Toni Servillo. Tras haber publicado una única y exitosa novela («El aparato humano») cuando tenía 25 años, este autor ha vivido de las rentas y se ha dedicado a la labor periodística, deambulando por la noche romana y sobreviviendo a una serie de personajes que no hacen sino evidenciar desde su condición banal el sentimiento trágico de la vida. En ese aspecto, la historia está salpicada de frases memorables, como una que pronuncia Gambardella cuando los invitados a una fiesta están haciendo un tren humano: «Son bonitos los trenecitos que hacemos en las fiestas, ¿verdad? Son los más bonitos del mundo porque no van a ninguna parte.» 

Pero más allá de todo esto, «La gran belleza» es una honda reflexión sobre la muerte, eje central sobre el que gravita la trama. De hecho, aunque el escritor reconoce que su existencia le ha llevado hacia lo mundano, no puede evitar que muchas personas que le rodean fallezcan de una forma abrupta, incluso aquellas a las que más ha amado. En esos momentos es cuando el espectador se da cuenta de que las calles de Roma, sus vetustos palacios, cada piedra que forma parte de la fachada del Coliseo o, incluso, el río Tíber, no son más que símbolos que remiten hacia lo luctuoso. Esa idea está potenciada por una exquisita banda sonora donde sobresalen músicas como «The beatitudes», que interpreta el Kronos Quartet y que resaltan la espiritualidad en contraste con la vacuidad de la sociedad romana.
 


No es extraño, pues, que esta cinta fuera galardonada con el Oscar a la mejor película extranjera en 2013, además de lograr un Globo de Oro y un Bafta. Gran culpa la tienen Paolo Sorrentino y Umberto Contarello, que escribieron el guion, amén de la impresionante fotografía de Luca Bigazzi, quien retrata una Roma con todas sus grandezas y miserias bajo unos encuadres llenos de lirismo.

En cuanto a la actuación de Toni Servillo, no había tenido la oportunidad de verlo en otro filme anterior, pero el papel que hace en «La gran belleza» es para quitarse el sombrero. Su forma de abordar el personaje de Gambardella es sobria y comedida, con un sabio equilibrio en sus gestos y sin demasiados aspavientos. En el ánimo del escritor, que acaba de cumplir 65 años, siempre subyace un pesimismo existencial. Es implacable y despiadado con los hipócritas (la escritora comunista que en realidad vive como una rica aristócrata), a la vez que ofrece su lado más tierno a las personas bondadosas y frágiles.


Después de haber visto esta película, cuando regrese a Roma y pasee junto a las orillas del Tíber, ya nada volverá a ser igual. Siempre me ha cautivado esta ciudad, quizás por esa decadencia que ha sabido conservar a lo largo de los siglos, pero desde ahora sé que recorreré sus calles bajo la misma mirada de Jep Gambardella.