Estaban en las antípodas en cuanto a pensamiento estético
y forma de ver la vida se refiere. Uno era un escocés aventurero que amó profundamente
su tierra llena de brumas y viejas leyendas, pero que murió, por avatares del
destino, a miles de millas de su patria, en la remota Samoa, donde escribió algunas
de sus mejores obras y supo plasmar como nadie la esencia de los Mares del Sur
en cada uno de sus relatos, novelas, artículos periodísticos y libros de viaje;
el otro era un neoyorquino atípico con alma británica, extremadamente refinado,
apasionado por la decadente Europa y sagaz observador de la sociedad que le
tocó vivir, algo que expresó con maestría a través de sus numerosos cuentos,
novelas y ensayos. Estamos hablando de dos grandes escritores que coincidieron
en el tiempo: Robert Louis Stevenson (1850-1894) y Henry James (1843-1916).
Todo esto viene a colación porque
en el mundo del arte siempre he contemplado dos posibles posturas: una primera en la que el artista, sabedor de su genio infalible, vive dentro de su propio
mundo de egocentrismos, sin conceder la menor oportunidad a la calidad de su
opuesto y despreciando todo aquello que no salga de su propio talento. Por el
contrario, existe otra actitud muy distinta y mucho más enriquecedora, donde los méritos personales pueden ser puestos en tela de juicio a partir de una obra
maestra firmada por otro artista. En ese último caso es cuando el artista se deja
seducir y alaba la creación que ha nacido de las manos de otro genio, aunque
pueda ser su principal rival.
Ese segundo posicionamiento
estético es el que mostraron tanto Stevenson como James, ya que ambos
compartían una pasión común, su compromiso con la escritura, y a pesar de que
los dos escribieron obras inmortales, siempre guardaron una gran admiración por los trabajos del otro.
Corría el año 1884 cuando Henry
James ―que ya se había ganado el respeto de la crítica internacional gracias a
novelas tan populares como «Los europeos» (1878), «Retrato de una dama» (1881)
o «Washington Square» (1881)― publicó una crítica muy elogiosa de «La isla del
tesoro» en la revista Logman’s Magazine.
Hay que tener en cuenta que el escocés había sido hasta entonces un desconocido, pero gracias a esa novela de aventuras de piratas su fama creció como la espuma. Stevenson supo corresponder
pronto al americano y publicó otro artículo en la misma publicación destacando
las bondades literarias de Henry James. Desde entonces, un amigo común los
presentó y ambos entablaron una profunda amistad que jamás desfalleció y que
fue acrecentándose conforme pasaron los años, pese a que el autor de «Secuestrado»
tuviera que irse a los Mares del Sur, a partir del año 1889, por cuestiones de
salud. Allí moriría en 1894.
Como prueba de esa admiración
mutua, ambos mantuvieron una correspondencia exquisita que la editorial
Hiperion recopiló en el libro «Crónica de una amistad. Correspondencia y otros
escritos».
El siguiente fragmento de esta carta de Henry James dirigida a Stevenson ilustra perfectamente aquello que estamos exponiendo:
«Mi querido Robert Louis Stevenson: [...] Es un lujo, en esta época inmoral,
encontrar a alguien que realmente escribe, que de verdad está familiarizado con
ese arte encantador. No sería justo competir con usted en esto; además, creo
que estamos de acuerdo en muchas más cosas que en desacuerdo, y aunque hay
puntos acerca de los cuales un espíritu más irrefrenable que el mío querría
tratar de encontrar un defecto, no es eso lo que quiero decir; antes al
contrario, agradecerle lo mucho que de sugestivo y acertado hay en sus
observaciones, pensadas con tanta justeza y dichas con tanta brillantez». [3
Bolton St., W, 5 de diciembre de 1884].
Y ahora que estamos en
verano, quisiera recomendar dos lecturas excelentes para este tiempo estival.
Se trata de libros de relatos de Henry James y de Stevenson, como no podía ser
de otra manera. En el caso del escritor norteamericano, Penguin Clásicos publicó
el año pasado «Fantasmas», volumen formado por cuentos sobrenaturales que muestran
a un autor en su estado más puro. Quizás estas breves historias no sean tan
populares como sus grandes novelas, pero hay relatos que ofrecen al lector una
atmósfera envolvente y embriagadora, algo parecido a lo que hizo con «Otra vuelta de tuerca». Ese es el caso de «La leyenda de ciertas ropas
antiguas», donde un joven se casa con la hermana de su mujer ya fallecida, algo que acarreará a la dama unas consecuencias desastrosas. La
vida de los escenarios londinenses está perfectamente retratada en «Nona
Vincent», historia en la que un joven dramaturgo trata de proyectar el personaje imaginario de Mrs. Vincent en las mujeres que conoce. «La bestia de la jungla» es
otro relato de gran peso psicológico que plasma el reencuentro entre un hombre
y una mujer que se amaron en el pasado. Finaliza esta extraordinaria colección «El
rincón de la dicha», narración de madurez de un Henry James que tenía que
dictar ya sus obras y que es, en cierto modo, autobiográfica, porque cuenta la
historia de un personaje que regresa a Nueva York después de muchos años y que, al volver a su antigua casa, tiene una visión espectral: la de su propio álter ego.
En cuanto a Stevenson, hay
dos destacadas ediciones de sus «Cuentos completos», la de Random House (Trad. Miguel Temprano García) y la de
Ediciones Valdemar (Trad. Juan Antonio Molina Foix). Los relatos del escritor escocés son capaces de
retrotraernos a esas Highlands que tanto amó gracias a historias tan
brillantes como «El pabellón de las dunas» o «Los juerguistas», cuento este último que sirvió como modelo previo para «Secuestrado» y que es la
quintaesencia de la aventura. También está el lado más gótico del autor gracias a narraciones tan inquietantes como «El ladrón de cadáveres», donde Stevenson
exhibe un brutal retrato del ser humano al subrayar una práctica que era muy habitual
en los cementerios durante esa segunda mitad del siglo XIX: el robo de
cadáveres que luego eran usados en las aulas de anatomía de
las universidades de medicina. Fantástico es igualmente, sin lugar a dudas, «El extraño caso del doctor Jekyll
Mr. Hyde», una nouvelle que refleja como pocas la dualidad entre el bien y el mal, tema que obsesionó al autor en varias obas suyas, como se aprecia en la magistral «El señor de Ballantrae».
Igualmente recomendable es «Olalla», una historia de licantropía ambientada en
la España de la Guerra de la Independencia. El escritor mostró, asimismo, una fascinación por lo exótico en «El diablo de la botella», moderna
adaptación del mito de Fausto desarrollada en los Mares del Sur, o el excepcional cuento «La playa
de Falesá», un fresco realista y descarnado inspirado en sus vivencias en
Samoa, donde los indígenas lo conocían como «Tusitala», el contador de cuentos.
Son, pues, Stevenson y James dos autores que merecen ser releídos siempre, y más sabiendo que fueron grandes amigos hasta el fallecimiento del escocés.
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