miércoles, 28 de junio de 2017

Robert Louis Stevenson y Henry James: dos excelentes escritores, dos grandes amigos






Estaban en las antípodas en cuanto a pensamiento estético y forma de ver la vida se refiere. Uno era un escocés aventurero que amó profundamente su tierra llena de brumas y viejas leyendas, pero que murió, por avatares del destino, a miles de millas de su patria, en la remota Samoa, donde escribió algunas de sus mejores obras y supo plasmar como nadie la esencia de los Mares del Sur en cada uno de sus relatos, novelas, artículos periodísticos y libros de viaje; el otro era un neoyorquino atípico con alma británica, extremadamente refinado, apasionado por la decadente Europa y sagaz observador de la sociedad que le tocó vivir, algo que expresó con maestría a través de sus numerosos cuentos, novelas y ensayos. Estamos hablando de dos grandes escritores que coincidieron en el tiempo: Robert Louis Stevenson (1850-1894) y Henry James (1843-1916).
Todo esto viene a colación porque en el mundo del arte siempre he contemplado dos posibles posturas: una primera en la que el artista, sabedor de su genio infalible, vive dentro de su propio mundo de egocentrismos, sin conceder la menor oportunidad a la calidad de su opuesto y despreciando todo aquello que no salga de su propio talento. Por el contrario, existe otra actitud muy distinta y mucho más enriquecedora, donde los méritos personales pueden ser puestos en tela de juicio a partir de una obra maestra firmada por otro artista. En ese último caso es cuando el artista se deja seducir y alaba la creación que ha nacido de las manos de otro genio, aunque pueda ser su principal rival.
Ese segundo posicionamiento estético es el que mostraron tanto Stevenson como James, ya que ambos compartían una pasión común, su compromiso con la escritura, y a pesar de que los dos escribieron obras inmortales, siempre guardaron una gran admiración por los trabajos del otro.
Corría el año 1884 cuando Henry James ―que ya se había ganado el respeto de la crítica internacional gracias a novelas tan populares como «Los europeos» (1878), «Retrato de una dama» (1881) o «Washington Square» (1881)― publicó una crítica muy elogiosa de «La isla del tesoro» en la revista Logman’s Magazine. Hay que tener en cuenta que el escocés había sido hasta entonces un desconocido, pero gracias a esa novela de aventuras de piratas su fama creció como la espuma. Stevenson supo corresponder pronto al americano y publicó otro artículo en la misma publicación destacando las bondades literarias de Henry James. Desde entonces, un amigo común los presentó y ambos entablaron una profunda amistad que jamás desfalleció y que fue acrecentándose conforme pasaron los años, pese a que el autor de «Secuestrado» tuviera que irse a los Mares del Sur, a partir del año 1889, por cuestiones de salud. Allí moriría en 1894.
Como prueba de esa admiración mutua, ambos mantuvieron una correspondencia exquisita que la editorial Hiperion recopiló en el libro «Crónica de una amistad. Correspondencia y otros escritos».

El siguiente fragmento de esta carta de Henry James dirigida a Stevenson ilustra perfectamente aquello que estamos exponiendo:

«Mi querido Robert Louis Stevenson: [...] Es un lujo, en esta época inmoral, encontrar a alguien que realmente escribe, que de verdad está familiarizado con ese arte encantador. No sería justo competir con usted en esto; además, creo que estamos de acuerdo en muchas más cosas que en desacuerdo, y aunque hay puntos acerca de los cuales un espíritu más irrefrenable que el mío querría tratar de encontrar un defecto, no es eso lo que quiero decir; antes al contrario, agradecerle lo mucho que de sugestivo y acertado hay en sus observaciones, pensadas con tanta justeza y dichas con tanta brillantez». [3 Bolton St., W, 5 de diciembre de 1884].



Y ahora que estamos en verano, quisiera recomendar dos lecturas excelentes para este tiempo estival. Se trata de libros de relatos de Henry James y de Stevenson, como no podía ser de otra manera. En el caso del escritor norteamericano, Penguin Clásicos publicó el año pasado «Fantasmas», volumen formado por cuentos sobrenaturales que muestran a un autor en su estado más puro. Quizás estas breves historias no sean tan populares como sus grandes novelas, pero hay relatos que ofrecen al lector una atmósfera envolvente y embriagadora, algo parecido a lo que hizo con «Otra vuelta de tuerca». Ese es el caso de «La leyenda de ciertas ropas antiguas», donde un joven se casa con la hermana de su mujer ya fallecida, algo que acarreará a la dama unas consecuencias desastrosas. La vida de los escenarios londinenses está perfectamente retratada en «Nona Vincent», historia en la que un joven dramaturgo trata de proyectar el personaje imaginario de Mrs. Vincent en las mujeres que conoce. «La bestia de la jungla» es otro relato de gran peso psicológico que plasma el reencuentro entre un hombre y una mujer que se amaron en el pasado. Finaliza esta extraordinaria colección «El rincón de la dicha», narración de madurez de un Henry James que tenía que dictar ya sus obras y que es, en cierto modo, autobiográfica, porque cuenta la historia de un personaje que regresa a Nueva York después de muchos años y que, al volver a su antigua casa, tiene una visión espectral: la de su propio álter ego.



En cuanto a Stevenson, hay dos destacadas ediciones de sus «Cuentos completos», la de Random House (Trad. Miguel Temprano García) y la de Ediciones Valdemar (Trad. Juan Antonio Molina Foix). Los relatos del escritor escocés son capaces de retrotraernos a esas Highlands que tanto amó gracias a historias tan brillantes como «El pabellón de las dunas» o «Los juerguistas», cuento este último que sirvió como modelo previo para «Secuestrado» y que es la quintaesencia de la aventura. También está el lado más gótico del autor gracias a narraciones tan inquietantes como «El ladrón de cadáveres», donde Stevenson exhibe un brutal retrato del ser humano al subrayar una práctica que era muy habitual en los cementerios durante esa segunda mitad del siglo XIX: el robo de cadáveres que luego eran usados en las aulas de anatomía de las universidades de medicina. Fantástico es igualmente, sin lugar a dudas, «El extraño caso del doctor Jekyll Mr. Hyde», una nouvelle que refleja como pocas la dualidad entre el bien y el mal, tema que obsesionó al autor en varias obas suyas, como se aprecia en la magistral «El señor de Ballantrae». Igualmente recomendable es «Olalla», una historia de licantropía ambientada en la España de la Guerra de la Independencia. El escritor mostró, asimismo, una fascinación por lo exótico en «El diablo de la botella», moderna adaptación del mito de Fausto desarrollada en los Mares del Sur, o el excepcional cuento «La playa de Falesá», un fresco realista y descarnado inspirado en sus vivencias en Samoa, donde los indígenas lo conocían como «Tusitala», el contador de cuentos. 
Son, pues, Stevenson y James dos autores que merecen ser releídos siempre, y más sabiendo que fueron grandes amigos hasta el fallecimiento del escocés.

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