lunes, 29 de mayo de 2017

¡Una nueva música ha nacido!











Tenía apenas diez años de edad cuando entró en casa un vinilo cuya carpeta estaba inundada por miles de colores. Los tonos psicodélicos confluían en una deliciosa portada que se presentaba como un inmenso y caleidoscópico collage que escondía un misterio a explorar. Decenas de personajes desconocidos por aquel niño mostraban, cada uno de ellos, una historia, una emoción inconfesable. Era el verano de 1984, y en donde pasábamos las vacaciones no había tocadiscos, por lo que tuvimos que aguardar al final del periodo estival para poder oírlo. Por aquella época sólo conocía el doble álbum «20 éxitos de oro de los Beatles», y aún puedo ver en mi mente cómo la aguja siempre saltaba juguetona cuando sonaba el solo de guitarra cadencioso que George hacía en «Something», una de mis canciones favoritas. Los días calurosos de agosto fueron pasando velozmente y por fin llegó septiembre. Nunca deseé que las vacaciones terminaran con tanta rapidez aunque aquel hubiera sido el verano de las Olimpiadas de Los Ángeles, de las que tan grato recuerdo conservo aún, sobre todo por las gestas que protagonizó el Hijo del Viento. Ya de regreso a Sevilla, mis hermanos y yo fuimos al salón y abrimos la carpeta desplegable de fondo amarillo con esa inmensa foto de los fab four vestidos con trajes militares de tonalidades chillonas. Al poner el vinilo en el tocadiscos comenzaron a sonar voces, ritmos atmosféricos y una desgarradora guitarra que hirió lo más hondo de mis sentidos. A partir de ahí comenzó un viaje sin retorno, un destierro permanente de la que, hasta ese momento, había sido mi Ítaca particular. Supe que desde aquel día nada volvería a ser igual, y entonces comprendí mejor aquella frase lapidaria que un tío mío pronunciara con tanta emoción en los albores de los sesenta cuando oyó por primera vez en la radio a aquellos prestidigitadores del rock: «¡Una nueva música ha nacido!». Aquella masa de sonidos fue desbordando mis sentidos, desde el bajo melódico de Paul hasta la voz gangosa de John, pasando por los aires hindúes de George o los esfuerzos de Ringo por llegar al tono adecuado de la canción. La historia poética de aquella muchacha que abandonaba su casa me conmovió, e igualmente soñé con ese vals mágico que bailaba el caballo Henry. Toda la emoción se concentró justo al final del disco, cuando aquel torbellino de sonidos orquestales ascendentes eclosionó en ese orgasmo musical que John diseñó como un perfecto colofón para ese día en la vida. Desde la nostalgia de aquel niño que fui, aún veo girar ese viejo vinilo de forma pausada, impenitente, marcando los segundos, las horas y los días como un reloj de arena que se va deshaciendo en la nostalgia del tiempo. Ojalá pudiera atrapar de nuevo aquella primigenia emoción, ese momento que ya nunca más volverá y que huirá como un haz de luces psicodélicas proyectado en la pantalla de la inocencia.  

viernes, 26 de mayo de 2017

«Percibo azul», una hermosa novela de segundas oportunidades

Hace tiempo que le debía la lectura de esta novela a Fernando Ángel Lumbreras. Llevo tantos meses atareado entre el trabajo, mis escritos, etc. que le prometí al autor leérmela cuando hallara un momento de tranquilidad, y por fin lo he podido encontrar. Porque esta novela que voy a reseñar merece saborearse lentamente, como los buenos vinos.

«Percibo azul» es una historia que forma parte de la llamada «trilogía azul», que Lumbreras ha publicado durante estos años en la editorial Alfar. En el caso de esta última, debo decir que me ha sorprendido el relato intimista de tres personajes ―Salvador, doña Manolita y Juan― que van haciendo avanzar una historia en la que se mezcla el presente con distintos episodios del pasado, algunos de ellos muy dramáticos. La parte central de la narración la protagonizan don Salvador, un hombre de unos cincuenta años de edad atormentado por sucesos pretéritos, y su asistenta del hogar, doña Manolita, una mujer de unos sesenta y tantos años que es el contraste perfecto para este personaje. A mi entender Salvador podría ser el trasunto de Don Quijote, ya que es mucho más serio, reflexivo y melancólico, llegando a veces a lo filosófico, mientras que doña Manolita se muestra como una especie de Sancho Panza, pues simboliza ese saber analfabeto del pueblo que encuentra la mayor escuela en la vida y que hace continuo uso del refranero para apoyar con más consistencia sus argumentos.
Por prescripción médica, Salvador, un escritor que vive sus horas más bajas, va contándole a Manolita distintas etapas de su pasado, desde la inocencia del primer amor hasta los años de libertad sexual en París, pasando por el periodo vivido durante la Movida madrileña. En ese sentido, Cáceres simboliza para Salvador como una especie de vuelta a sus raíces, a todo aquello que él ama: sus padres, sus hermanos, aquellos recuerdos más queridos de su infancia. Es decir, la pureza más primigenia frente al dudoso exotismo de ciudades más atractivas en apariencia, como París. Quizás el personaje de Juan, un jardinero que trabaja para don Salvador, quede un poco desdibujado, pero es que tanto Salvador como doña Manolita tienen mucho carisma. También me gustaría resaltar el tono teatral de la historia por la abundancia de diálogos. No sería descabellado ver esta historia representada sobre unas tablas.
La novela está escrita en un delicioso y sobrio lenguaje, destacando el empleo de términos como «tontino» o «solino», tan usados por las latitudes extremeñas. Nada sobra ni falta en esta novela. Además, destacaría también el sabio empleo de la poesía en varias partes fundamentales de la historia. Mediante el recurso de la lírica, el nexo de unión entre Salvador y su asistenta es mucho más grande aún si cabe, pues los versos remiten a la esencia más auténtica del escritor que sufre por dramáticos acontecimientos vividos en el pasado. Además, el verso es una forma de reflexionar sobre la banalidad de la sociedad actual, el materialismo, etc. 
Igualmente, es de subrayar la excelente edición que ha realizado Alfar, pues desde la cubierta a las páginas interiores, todo adquiere una deliciosa tonalidad azulada, el color que mejor exalta la pureza del alma.
En definitiva, una historia llena de momentos emocionantes, tiernos y, a veces, incluso situaciones cargadas de un humor sutilísimo. Una novela donde la redención y las segundas oportunidades que da la vida son motivo suficiente para pensar que todo tiene un porqué en nuestra existencia y que debemos aprender de aquellos posibles errores que cometimos para impulsarnos con fuerza hacia el futuro.
Quisiera terminar la reseña con los emotivos versos finales que simbolizan muy bien la esencia de la novela:

«Percibo azul ese mundo que deseo,
aunque acechen tinieblas en abundancia.
Viviendo preso de hipócrita ignorancia,
prefiere el ser humano mantenerse ciego.

Seguimos sin “desfacer” los entuertos
que la Historia repite con virulencia,
ni superamos la estupidez más necia
para lograr caminar caminos nuevos.

Percibo todo azul porque abrigo una esperanza.
Señales hay pues algo lentamente cambia
y, siendo pocas, se mueven benditas almas
buscando una vida diferente, más sabia.

Quizás debamos mirar hacia el mañana
con fe para conseguir la ansiada gloria
de vencer al odio común por cruel batalla,
cada uno a su frente, en pos de esa victoria.


Percibo azul ese mundo que deseo…» 






«Percibo Azul»
Alfar Ediciones
Sevilla, 2016
130 Páginas