domingo, 9 de julio de 2017

La alargada sombra de Shakespeare en «Juego de tronos»


Funeral de Joffrey Baratheon 


Estamos justo a una semana del estreno de la séptima temporada de una de las series de televisión más vistas de todos los tiempos, «Juego de tronos», y son cientos los artículos que en estos días se están publicando, tanto en los medios de comunicación como en las redes sociales. Debo reconocer que no he leído aún la saga de novelas de «Canción de hielo y fuego» —de las que la serie se ha ido distanciando en los últimos años—, pero al ver este drama televisivo, advertí una notable influencia en George R. R. Martin, la del mejor «guionista» de todos los tiempos, William Shakespeare. Y digo eso porque son muchísimas las películas y series que se han nutrido directa o indirectamente de los textos del bardo de Avon. Si no que se lo digan a «Los Soprano», «Mad men», «Breaking bad», Orson Welles, Akira Kurosawa, Kenneth Branagh y otros tantos nombres que sería imposible reproducir aquí.

«Juego de tronos» se ambienta en una baja Edad Media imaginaria, con el consabido Trono de Hierro de los Siete Reinos en juego. Esto hará que las tramas vayan desatando las más bajas pasiones en sus protagonistas, y ahí es donde, precisamente, es tan notable la influencia de Shakespeare, pues la serie retrata de forma magistral un amplio muestrario de personajes que se van moviendo por el tablero de Poniente exhibiendo sus ambiciones por alcanzar el poder, sus deseos lujuriosos, su avaricia… Muchos de ellos, como los protagonistas de las tragedias griegas, estarán arrastrados a un fatal destino del cual no se podrán escapar. Son seres, en definitiva, emponzoñados y que ofrecen un retrato humano donde no hay espacio para las tonalidades grises, aunque pueda haber trazos oscuros en los personajes más «blancos» y ciertos destellos de luz en los más desalmados, como ocurre con Jamie Lannister, por ejemplo. Y es que pocos escritores como el dramaturgo inglés han logrado crear unos personajes tan complejos que emanan directamente del teatro de Esquilo, Sófocles y Eurípides. Toda esa herencia se aprecia obviamente en «Juego de tronos».


Orson Welles como Macbeth

Un reflejo muy claro de Shakespeare se percibe en la trama que rodea a Stannis Baratheon, que reclama el Trono de Hierro después de que su hermano Robert muriera de forma poco honrosa, tras ser atacado, en un claro estado de ebriedad, por un jabalí. Esa historia adquiere un tono de tragedia especialmente comparable a la de «Macbeth». Si en la obra shakesperiana Macbeth usurpa el trono del reino de Escocia influido por el poder de su esposa, Lady Macbeth, en «Juego de Tronos» la bruja roja será la encargada de introducir a Stannis en los caminos más intrincados de R’hllor, el dios de la luz, tanto que Baratheon se dejará seducir por el poder de la magia negra y permitirá que su propio hermano Renly sea asesinado por una sombra nacida del vientre de Melisandre. Este aspirante al Trono de Hierro acabará perdiendo la batalla de Aguasnegras al intentar conquistar Desembarco del Rey después de la magistral defensa de la plaza realizada por Tyrion Lannister, que empleó fuego valirio. Posteriormente, Melisandre, que es también un trasunto de las brujas que aparecen en «Macbeth» a modo de coro, hará caer a Stannis en un estado de locura tan grande que éste quemará en la hoguera a su propia hija pequeña a modo de sacrificio para que R’hllor le ayudara a conquistar Invernalia, reino en posesión de la Casa Bolton. A partir de ahí, se precipita la caída de Baratheon, que muere, después de que sus huestes hubieran sufrido una cruenta derrota en el campo de batalla, a manos de Brienne de Tarth.

   Las brujas de «Macbeth», al igual que otra bruja aparecida en la tetralogía de «Enrique VI», serán las encargadas de trasmitir los malos augurios a los respectivos reyes que aparecen en los dramas. Esas predicciones también están presentes en «Juego de tronos», ya que la propia Cersei Lannister cuando era pequeña consultó el oráculo de Maggy la Rana, quien le predijo que se casaría con un rey y que ella reinaría hasta que otra reina más bella y joven que ella le arrebatara el poder. En este caso, todo apunta a que dicha reina sea la legítima dueña del Trono de Hierro, Daenerys Targaryan. Igualmente, Maggy le auguró la muerte de sus tres hijos, que tendrían una corona y una mortaja de oro. En la serie hemos podido ver cómo esa profecía se cumplió en los vástagos de Cersei, que tuvieron unas muertes muy dramáticas.
La crudeza y violencia de algunas obras de Shakespeare originó que el propio George R. R. Martin dijera de forma muy irónica que el episodio de «La boda roja» al lado de tragedias como las de «Macbeth» pareciera «una despedida de solteras». En dicha boda podemos notar una de las mayores influencias del dramaturgo inglés, sobre todo porque en ésta se expone hasta qué grado puede llegar la traición en el ser humano. De esta forma, las casas Bolton y Frey se aliarán con los Lannister y cometerán una masacre contra los Stark y los Tully. También es muy crudo el episodio de la primera temporada en el que lord Eddard Stark es ajusticiado y su cabeza posteriormente es clavada en una pica. Todos estos acontecimientos podrían tener reminiscencias de tragedias como la de Ricardo III, rey que también ajusticiaba a sus enemigos sin ningún miramiento, como en la serie hace el rey Joffrey Baratheon, demostrando ser uno de los personajes más perversos de la saga.
A raíz de las afrentas sufridas por la Casa Stark, incluida la matanza realizada por Theon Greyjoy en Invernalia, Arya Stark adquiere un tinte netamente shakesperiano, pues desarrollará un sentido profundo de la venganza que hunde sus raíces en el personaje de Hamlet, también impulsado por ese mismo sentimiento al ver cómo su tío había usurpado el trono de su padre, al que asesinó vilmente antes de casarse con su difunta esposa.

Anthony Hopkins como Titus Andronicus 

Otra de las obras de Shakespeare que más se reflejan en «Juego de tronos» es, sin duda, «Titus Andronicus», donde el anciano general romano se venga de la afrenta padecida por su hija Lavinia, que es violada por los hijos del emperador y que, después de este tormento, sufre la amputación de sus manos y de su lengua para que no pudiera confesar nada. Titus acaba consumando su venganza cuando mata a los causantes de esta afrenta y hace que la emperatriz pruebe un plato cocinado con los restos de sus vástagos. Personajes como Ramsay Bolton, uno de los más sanguinarios de la serie y que protagonizó episodios tan violentos como la violación de Sansa Stark o la tortura de Theon Greyjoy, beben también de «Titus Andronicus». Lord Bolton tiene igualmente mucho de Ricardo III, monarca que asesinó a todo el que se pusiera en su camino para lograr el poder y que también murió vilmente como el propio Ramsay.
«Titus Andronicus» posee, asimismo, una gran influencia en la trama de Arya Stark, que consuma su venganza contra la Casa Frey cocinando los restos de los hijos de Walder Fray, al que se los sirve en un pastel. Justo después de eso asesina al cabeza de la familia Frey, que fue el principal responsable de «La boda roja», acontecimiento que supuso la caída de la Casa Stark.

Principales protagonistas de
«Juego de tronos»


Y he dejado aposta para el final la principal huella de Shakespeare en «Juego de tronos». El bardo de Avon plasmó magistralmente en varios de sus dramas históricos la Guerra de las dos Rosas, que enfrentó a las casas Lancaster y York en una convulsa Inglaterra durante la segunda mitad del siglo XV. Este conflicto fue retratado en la tetralogía formada por las tres partes de «Enrique VI» y por «Ricardo III». En «Juego de tronos», los Lannister son el trasunto de los Lancaster y los Stark, de los York. Ese sentido de la tragedia se advierte en episodios tan importantes como el de la muerte de Ned Stark, que acrecienta el odio de la casa norteña hacia los Lannister, quienes estarán detrás de la matanza de «La boda roja». La animadversión entre estas dos familias enfrentadas desde tiempos ancestrales no es inferior a la que muestran los Montescos y los Capuletos en «Romeo y Julieta».
Y ahora, en la madrugada del próximo 17 de julio, comenzarán, como decíamos más arriba, los nuevos episodios de «Juego de tronos». Será una buena oportunidad para descubrir los próximos paralelismos entre las obras de Shakespeare y la que va camino de convertirse en la serie más vista de todos los tiempos.

lunes, 3 de julio de 2017

«La suma que nos resta», poesía de altos quilates



Gonzalo Gragera (Sevilla, 1991) ha logrado recientemente el Premio de Poesía Joven RNE 2017 por su obra «La suma que nos resta» (Pre-Textos), un delicioso poemario que nos retrotrae a esa vertiente más intimista y culta de la poesía sevillana que se creó bajo la estirpe de Fernando de Herrera, Blanco White, Bécquer, Cernuda y Montesinos, entre otros.

El ordenamiento de los poemas es muy original y simbólico al mismo tiempo, ya que éstos se van sucediendo en orden decreciente, desde el número XXXVI hasta el I. De este modo, es como si el poeta fuera despojándose poco a poco de todo, en sintonía con esa resta que va horadando a la suma a lo largo de las páginas de este volumen.

El poemario se divide en cuatro partes, destacando especialmente los versos que se hallan encuadrados en el segundo epígrafe, «La luz y sus nombres», que, por otro lado, es el más extenso. Así, resultan especialmente hermosas imágenes que se hallan en poemas como «La comba»:

«La comba es una manivela
que al mundo provoca
este girar, tan insólito, 
de las pequeñas cosas.» 

Y es que al enfrentarse a estos poemas de Gonzalo Gragera, el lector siente, irrevocablemente, un chispazo en el alma, ya que son versos de gran hondura donde no sólo se reflexiona sobre el tiempo presente que nos ha tocado vivir («Ah de la vida… contemporánea»), sino que también se hace un ejercicio de introspección del pasado a través de una visión lírica que rezuma gran elegancia, como ocurre en el poema «Dama de noche»:

«La noche como un peso inagotable.
Y la dama de noche,
aquel olor perenne,
imitando el propósito
de estas horas oscuras:
sin espacio ni tiempo,
las ramas —o los brazos— de la madre
cuyo perfume evoca tus ayeres.»

En definitiva, que el jurado, compuesto por Esperanza López Parada, Luis Alberto de Cuenca, Amalia Buautista, Javier Lostalé e Ignacio Elguero de Olavide, ha acertado plenamente a la hora de conceder este merecido premio a un joven poeta que, por derecho propio, ha entrado a formar parte del Parnaso lírico hispalense.

miércoles, 28 de junio de 2017

Robert Louis Stevenson y Henry James: dos excelentes escritores, dos grandes amigos






Estaban en las antípodas en cuanto a pensamiento estético y forma de ver la vida se refiere. Uno era un escocés aventurero que amó profundamente su tierra llena de brumas y viejas leyendas, pero que murió, por avatares del destino, a miles de millas de su patria, en la remota Samoa, donde escribió algunas de sus mejores obras y supo plasmar como nadie la esencia de los Mares del Sur en cada uno de sus relatos, novelas, artículos periodísticos y libros de viaje; el otro era un neoyorquino atípico con alma británica, extremadamente refinado, apasionado por la decadente Europa y sagaz observador de la sociedad que le tocó vivir, algo que expresó con maestría a través de sus numerosos cuentos, novelas y ensayos. Estamos hablando de dos grandes escritores que coincidieron en el tiempo: Robert Louis Stevenson (1850-1894) y Henry James (1843-1916).
Todo esto viene a colación porque en el mundo del arte siempre he contemplado dos posibles posturas: una primera en la que el artista, sabedor de su genio infalible, vive dentro de su propio mundo de egocentrismos, sin conceder la menor oportunidad a la calidad de su opuesto y despreciando todo aquello que no salga de su propio talento. Por el contrario, existe otra actitud muy distinta y mucho más enriquecedora, donde los méritos personales pueden ser puestos en tela de juicio a partir de una obra maestra firmada por otro artista. En ese último caso es cuando el artista se deja seducir y alaba la creación que ha nacido de las manos de otro genio, aunque pueda ser su principal rival.
Ese segundo posicionamiento estético es el que mostraron tanto Stevenson como James, ya que ambos compartían una pasión común, su compromiso con la escritura, y a pesar de que los dos escribieron obras inmortales, siempre guardaron una gran admiración por los trabajos del otro.
Corría el año 1884 cuando Henry James ―que ya se había ganado el respeto de la crítica internacional gracias a novelas tan populares como «Los europeos» (1878), «Retrato de una dama» (1881) o «Washington Square» (1881)― publicó una crítica muy elogiosa de «La isla del tesoro» en la revista Logman’s Magazine. Hay que tener en cuenta que el escocés había sido hasta entonces un desconocido, pero gracias a esa novela de aventuras de piratas su fama creció como la espuma. Stevenson supo corresponder pronto al americano y publicó otro artículo en la misma publicación destacando las bondades literarias de Henry James. Desde entonces, un amigo común los presentó y ambos entablaron una profunda amistad que jamás desfalleció y que fue acrecentándose conforme pasaron los años, pese a que el autor de «Secuestrado» tuviera que irse a los Mares del Sur, a partir del año 1889, por cuestiones de salud. Allí moriría en 1894.
Como prueba de esa admiración mutua, ambos mantuvieron una correspondencia exquisita que la editorial Hiperion recopiló en el libro «Crónica de una amistad. Correspondencia y otros escritos».

El siguiente fragmento de esta carta de Henry James dirigida a Stevenson ilustra perfectamente aquello que estamos exponiendo:

«Mi querido Robert Louis Stevenson: [...] Es un lujo, en esta época inmoral, encontrar a alguien que realmente escribe, que de verdad está familiarizado con ese arte encantador. No sería justo competir con usted en esto; además, creo que estamos de acuerdo en muchas más cosas que en desacuerdo, y aunque hay puntos acerca de los cuales un espíritu más irrefrenable que el mío querría tratar de encontrar un defecto, no es eso lo que quiero decir; antes al contrario, agradecerle lo mucho que de sugestivo y acertado hay en sus observaciones, pensadas con tanta justeza y dichas con tanta brillantez». [3 Bolton St., W, 5 de diciembre de 1884].



Y ahora que estamos en verano, quisiera recomendar dos lecturas excelentes para este tiempo estival. Se trata de libros de relatos de Henry James y de Stevenson, como no podía ser de otra manera. En el caso del escritor norteamericano, Penguin Clásicos publicó el año pasado «Fantasmas», volumen formado por cuentos sobrenaturales que muestran a un autor en su estado más puro. Quizás estas breves historias no sean tan populares como sus grandes novelas, pero hay relatos que ofrecen al lector una atmósfera envolvente y embriagadora, algo parecido a lo que hizo con «Otra vuelta de tuerca». Ese es el caso de «La leyenda de ciertas ropas antiguas», donde un joven se casa con la hermana de su mujer ya fallecida, algo que acarreará a la dama unas consecuencias desastrosas. La vida de los escenarios londinenses está perfectamente retratada en «Nona Vincent», historia en la que un joven dramaturgo trata de proyectar el personaje imaginario de Mrs. Vincent en las mujeres que conoce. «La bestia de la jungla» es otro relato de gran peso psicológico que plasma el reencuentro entre un hombre y una mujer que se amaron en el pasado. Finaliza esta extraordinaria colección «El rincón de la dicha», narración de madurez de un Henry James que tenía que dictar ya sus obras y que es, en cierto modo, autobiográfica, porque cuenta la historia de un personaje que regresa a Nueva York después de muchos años y que, al volver a su antigua casa, tiene una visión espectral: la de su propio álter ego.



En cuanto a Stevenson, hay dos destacadas ediciones de sus «Cuentos completos», la de Random House (Trad. Miguel Temprano García) y la de Ediciones Valdemar (Trad. Juan Antonio Molina Foix). Los relatos del escritor escocés son capaces de retrotraernos a esas Highlands que tanto amó gracias a historias tan brillantes como «El pabellón de las dunas» o «Los juerguistas», cuento este último que sirvió como modelo previo para «Secuestrado» y que es la quintaesencia de la aventura. También está el lado más gótico del autor gracias a narraciones tan inquietantes como «El ladrón de cadáveres», donde Stevenson exhibe un brutal retrato del ser humano al subrayar una práctica que era muy habitual en los cementerios durante esa segunda mitad del siglo XIX: el robo de cadáveres que luego eran usados en las aulas de anatomía de las universidades de medicina. Fantástico es igualmente, sin lugar a dudas, «El extraño caso del doctor Jekyll Mr. Hyde», una nouvelle que refleja como pocas la dualidad entre el bien y el mal, tema que obsesionó al autor en varias obas suyas, como se aprecia en la magistral «El señor de Ballantrae». Igualmente recomendable es «Olalla», una historia de licantropía ambientada en la España de la Guerra de la Independencia. El escritor mostró, asimismo, una fascinación por lo exótico en «El diablo de la botella», moderna adaptación del mito de Fausto desarrollada en los Mares del Sur, o el excepcional cuento «La playa de Falesá», un fresco realista y descarnado inspirado en sus vivencias en Samoa, donde los indígenas lo conocían como «Tusitala», el contador de cuentos. 
Son, pues, Stevenson y James dos autores que merecen ser releídos siempre, y más sabiendo que fueron grandes amigos hasta el fallecimiento del escocés.

miércoles, 7 de junio de 2017

«Los habitantes del bosque», una obra maestra de Thomas Hardy




Hacía tiempo que tenía ganas de leer algo de Thomas Hardy, uno de los grandes escritores británicos del siglo XIX. De hecho, éste no sólo destacó como novelista, sino que también son célebres sus poemas. Me he estrenado con este autor con «Los habitantes del bosque (The woodlanders)», que era su novela favorita. En español tenemos la suerte de contar con la excelente traducción que Roberto Frías realizó para la editorial Impedimenta. No en vano, este libro ya ha alcanzado su tercera edición, algo que no me extraña en absoluto porque la obra tiene algo muy especial desde su primera página, ya que su tono y ritmo cadenciosos envuelven al lector en una espiral. Para el propio autor, «Los habitantes del bosque» era su novela favorita. Según cuenta el traductor en el epílogo de este libro, la obra escandalizó a gran parte de la sociedad británica del momento, sobre todo porque se salía de la línea narrativa que había desarrollado anteriormente Thomas Hardy, tratando temas más comprometidos para la época, como la denuncia de la concepción de la mujer como un mero objeto sexual. También se atisba la influencia del pensamiento darwinista, tan en boga en aquellos años, y que apunta hacia los instintos más puros y primarios del ser humano.
Pero más allá de esto, me gustaría destacar la exquisitez del autor a la hora de retratar un fresco de personajes que dejan huella en el lector. En ese sentido subrayaría a Giles Winterborne y a Grace Melbury, que son el reflejo de un amor romántico imposible, sobre todo por los convencionalismos sociales que imperaban en aquella época. El padre de Grace, Mr. Melbury, un adinerado comerciante, incumplirá su promesa inicial de que Grace y Giles se casaran, pues aspiraba a que su hija mejorara en su posición social; para ello planificará un matrimonio con el doctor Edred Fitzpiers, que pertenece a una clase social más alta. En ese entramado de hipocresías y convencionalismos entrará en juego Mrs. Charmond, una rica viuda que tendrá un affair con Fitzpiers. Aparte está Marty South, una joven muchacha que siempre había estado enamorada de Winterbone. La maestría de Hardy hace que contraste la pureza de determinados personajes más apegados a la tierra ―como Giles, Grace o Marty― frente a aquellos que son un trasunto de la vanidad del ser humano y de una inclinación por lo banal (Fitzpiers y Mrs. Charmond).
Aparte de este fresco de personajes tan bien definidos, sobresale el protagonismo de una pequeña localidad cercana a zonas boscosas que se llama Little Hintock, que es una región ficticia creada por el escritor y que adquiere, por sí misma, un carácter muy dramático. De hecho, los bosques son en esta novela un personaje más, pues el lector puede oler perfectamente la humedad de la tierra recién mojada por la lluvia o dejarse estremecer por el sonido de las ramas de los árboles azotados por el viento. Pocos escritores como Hardy son capaces de crear ese pulso narrativo a través de una prosa tremendamente elegante en la que rezuma un gran lirismo. En ese sentido, su visión de poeta es esencial para plasmar los paisajes de una forma cautivadora, siempre apuntando al lado más subjetivo con la intención de crear en el lector un estado de ánimo. A este respecto, es memorable el encuentro nocturno que protagonizan Grace Melbury y Mrs. Charmond en pleno bosque, ya que en esos bosques habita un alma ancestral.
En definitiva, esta novela ―que apareció en forma de serial entre mayo de 1886 y abril de 1887 y que posteriormente fue publicada en tres volúmenes en 1887― es un ejemplo de literatura de altos quilates, tanto en su construcción formal como en el trasfondo de su historia. Su obligada lectura se nos antoja, pues, como una excelente forma para recuperar a un autor tan injustamente olvidado en España como Thomas Hardy, uno de los grandes maestros de las letras anglosajonas.



«Los habitantes del bosque», de Thomas Hardy

Impedimenta

Traducción de Roberto Frías

452 páginas



lunes, 29 de mayo de 2017

¡Una nueva música ha nacido!











Tenía apenas diez años de edad cuando entró en casa un vinilo cuya carpeta estaba inundada por miles de colores. Los tonos psicodélicos confluían en una deliciosa portada que se presentaba como un inmenso y caleidoscópico collage que escondía un misterio a explorar. Decenas de personajes desconocidos por aquel niño mostraban, cada uno de ellos, una historia, una emoción inconfesable. Era el verano de 1984, y en donde pasábamos las vacaciones no había tocadiscos, por lo que tuvimos que aguardar al final del periodo estival para poder oírlo. Por aquella época sólo conocía el doble álbum «20 éxitos de oro de los Beatles», y aún puedo ver en mi mente cómo la aguja siempre saltaba juguetona cuando sonaba el solo de guitarra cadencioso que George hacía en «Something», una de mis canciones favoritas. Los días calurosos de agosto fueron pasando velozmente y por fin llegó septiembre. Nunca deseé que las vacaciones terminaran con tanta rapidez aunque aquel hubiera sido el verano de las Olimpiadas de Los Ángeles, de las que tan grato recuerdo conservo aún, sobre todo por las gestas que protagonizó el Hijo del Viento. Ya de regreso a Sevilla, mis hermanos y yo fuimos al salón y abrimos la carpeta desplegable de fondo amarillo con esa inmensa foto de los fab four vestidos con trajes militares de tonalidades chillonas. Al poner el vinilo en el tocadiscos comenzaron a sonar voces, ritmos atmosféricos y una desgarradora guitarra que hirió lo más hondo de mis sentidos. A partir de ahí comenzó un viaje sin retorno, un destierro permanente de la que, hasta ese momento, había sido mi Ítaca particular. Supe que desde aquel día nada volvería a ser igual, y entonces comprendí mejor aquella frase lapidaria que un tío mío pronunciara con tanta emoción en los albores de los sesenta cuando oyó por primera vez en la radio a aquellos prestidigitadores del rock: «¡Una nueva música ha nacido!». Aquella masa de sonidos fue desbordando mis sentidos, desde el bajo melódico de Paul hasta la voz gangosa de John, pasando por los aires hindúes de George o los esfuerzos de Ringo por llegar al tono adecuado de la canción. La historia poética de aquella muchacha que abandonaba su casa me conmovió, e igualmente soñé con ese vals mágico que bailaba el caballo Henry. Toda la emoción se concentró justo al final del disco, cuando aquel torbellino de sonidos orquestales ascendentes eclosionó en ese orgasmo musical que John diseñó como un perfecto colofón para ese día en la vida. Desde la nostalgia de aquel niño que fui, aún veo girar ese viejo vinilo de forma pausada, impenitente, marcando los segundos, las horas y los días como un reloj de arena que se va deshaciendo en la nostalgia del tiempo. Ojalá pudiera atrapar de nuevo aquella primigenia emoción, ese momento que ya nunca más volverá y que huirá como un haz de luces psicodélicas proyectado en la pantalla de la inocencia.  

viernes, 26 de mayo de 2017

«Percibo azul», una hermosa novela de segundas oportunidades

Hace tiempo que le debía la lectura de esta novela a Fernando Ángel Lumbreras. Llevo tantos meses atareado entre el trabajo, mis escritos, etc. que le prometí al autor leérmela cuando hallara un momento de tranquilidad, y por fin lo he podido encontrar. Porque esta novela que voy a reseñar merece saborearse lentamente, como los buenos vinos.

«Percibo azul» es una historia que forma parte de la llamada «trilogía azul», que Lumbreras ha publicado durante estos años en la editorial Alfar. En el caso de esta última, debo decir que me ha sorprendido el relato intimista de tres personajes ―Salvador, doña Manolita y Juan― que van haciendo avanzar una historia en la que se mezcla el presente con distintos episodios del pasado, algunos de ellos muy dramáticos. La parte central de la narración la protagonizan don Salvador, un hombre de unos cincuenta años de edad atormentado por sucesos pretéritos, y su asistenta del hogar, doña Manolita, una mujer de unos sesenta y tantos años que es el contraste perfecto para este personaje. A mi entender Salvador podría ser el trasunto de Don Quijote, ya que es mucho más serio, reflexivo y melancólico, llegando a veces a lo filosófico, mientras que doña Manolita se muestra como una especie de Sancho Panza, pues simboliza ese saber analfabeto del pueblo que encuentra la mayor escuela en la vida y que hace continuo uso del refranero para apoyar con más consistencia sus argumentos.
Por prescripción médica, Salvador, un escritor que vive sus horas más bajas, va contándole a Manolita distintas etapas de su pasado, desde la inocencia del primer amor hasta los años de libertad sexual en París, pasando por el periodo vivido durante la Movida madrileña. En ese sentido, Cáceres simboliza para Salvador como una especie de vuelta a sus raíces, a todo aquello que él ama: sus padres, sus hermanos, aquellos recuerdos más queridos de su infancia. Es decir, la pureza más primigenia frente al dudoso exotismo de ciudades más atractivas en apariencia, como París. Quizás el personaje de Juan, un jardinero que trabaja para don Salvador, quede un poco desdibujado, pero es que tanto Salvador como doña Manolita tienen mucho carisma. También me gustaría resaltar el tono teatral de la historia por la abundancia de diálogos. No sería descabellado ver esta historia representada sobre unas tablas.
La novela está escrita en un delicioso y sobrio lenguaje, destacando el empleo de términos como «tontino» o «solino», tan usados por las latitudes extremeñas. Nada sobra ni falta en esta novela. Además, destacaría también el sabio empleo de la poesía en varias partes fundamentales de la historia. Mediante el recurso de la lírica, el nexo de unión entre Salvador y su asistenta es mucho más grande aún si cabe, pues los versos remiten a la esencia más auténtica del escritor que sufre por dramáticos acontecimientos vividos en el pasado. Además, el verso es una forma de reflexionar sobre la banalidad de la sociedad actual, el materialismo, etc. 
Igualmente, es de subrayar la excelente edición que ha realizado Alfar, pues desde la cubierta a las páginas interiores, todo adquiere una deliciosa tonalidad azulada, el color que mejor exalta la pureza del alma.
En definitiva, una historia llena de momentos emocionantes, tiernos y, a veces, incluso situaciones cargadas de un humor sutilísimo. Una novela donde la redención y las segundas oportunidades que da la vida son motivo suficiente para pensar que todo tiene un porqué en nuestra existencia y que debemos aprender de aquellos posibles errores que cometimos para impulsarnos con fuerza hacia el futuro.
Quisiera terminar la reseña con los emotivos versos finales que simbolizan muy bien la esencia de la novela:

«Percibo azul ese mundo que deseo,
aunque acechen tinieblas en abundancia.
Viviendo preso de hipócrita ignorancia,
prefiere el ser humano mantenerse ciego.

Seguimos sin “desfacer” los entuertos
que la Historia repite con virulencia,
ni superamos la estupidez más necia
para lograr caminar caminos nuevos.

Percibo todo azul porque abrigo una esperanza.
Señales hay pues algo lentamente cambia
y, siendo pocas, se mueven benditas almas
buscando una vida diferente, más sabia.

Quizás debamos mirar hacia el mañana
con fe para conseguir la ansiada gloria
de vencer al odio común por cruel batalla,
cada uno a su frente, en pos de esa victoria.


Percibo azul ese mundo que deseo…» 






«Percibo Azul»
Alfar Ediciones
Sevilla, 2016
130 Páginas



lunes, 17 de abril de 2017

«Dickensian», una exquisita serie no sólo para los dickensianos más acérrimos







Foto promocional de la serie
El pasado 6 de enero, los Reyes Magos dejaron en mi casa, en un pack de DVD, una serie de televisión de la BBC que es extraordinaria. Estoy hablando de «Dickensian». En Reino Unido se emitió desde finales de 2015 a principios de 2016, a lo largo de veinte capítulos, y que yo sepa, de momento aquí en España ningún canal de televisión ha apostado por ésta, por desgracia. Y digo por desgracia porque es una de esas series que no te dejan indiferente una vez que has podido disfrutar de todos sus episodios. Incluso el final te hace reflexionar mucho.
Pero vayamos por partes. «Dickensian» emplea el mismo recurso que ya han utilizado otras ficciones televisivas anteriormente como «Érase una vez». Me refiero al empleo de un abanico de personajes basados en distintas obras literarias de Charles Dickens. De este modo, conviven dentro de un mismo espacio escénico Fagin, Bill Sikes, Nancy, Mr. y Mrs. Bumble, de «Oliver Twist»; Ebenezer Scrooge, Jacob Marley y toda la familia Cratchit, de «Canción de Navidad»; Emilia y Arthur Havisham, Merywether Compeyson y Mr. Jaggers, de «Grandes esperanzas»; la pequeña Nelle, de «La tienda de antigüedades», y Frances, Honoria y Edward Barbary y el inspector Bucket, de «Casa desolada», entre otros. Pero lejos de parecer una simple mezcla o batiburrillo dickensiano, se ve que los guionistas son unos acérrimos seguidores de toda la obra del escritor inglés, de modo que van trenzando las diferentes tramas de las novelas de un modo muy ingenioso. Hay, de hecho, personajes, como Mrs. Havisham u Honoria Barbary, que mantienen una gran amistad, pese a pertenecer a dos novelas distintas ("Grandes esperanzas" y "Casa desolada").
Mrs. Havisham junto a Merywether Compeyson
La historia de «Dickensian» se desarrolla entre finales de 1836 y principios de 1837. Ese dato se deduce porque en los dos primeros capítulos sale Jacob Marley, odioso personaje que es asesinado en la Nochebuena de 1836. A este respecto, si seguimos las indicaciones que hizo el autor en «Canción de Navidad», obra que fue publicada en 1843, el espectro de Marley se le apareció a Scrooge en la Nochebuena de ese último año, justo siete después de su muerte. A partir de aquí se desarrolla una trama policíaca, ya que el inspector Bucket comenzará a realizar una investigación ardua sobre el posible autor del asesinato. Nadie se librará de sus pesquisas, ni siquiera el cándido Bob Cratchit.
Hay que decir que el reparto de «Dickensian» está integrado por una pléyade de jóvenes actores británicos que comparten cartel con otros más veteranos. Todos están magistrales en sus papeles y sería injusto destacar a unos por encima de otros, pero si me quedo con uno en especial, éste sería Stephen Rea, que interpreta de manera soberbia al inspector Bucket. Respecto a esto, diré que ese detective, que es una especie de precedente victoriano de mi admirado Sherlock Holmes, va evolucionando conforme se desarrolla la historia, actuando de una forma sorprendente al final de la misma. Creo que la resolución del caso del asesinato es uno de los grandes aciertos de la serie.
También destacaría de «Dickensian» su exquisita ambientación, tanto en el vestuario como en los decorados, ya que sobresale un Londres lúgubre y asfixiante. Era la gran capital de la Revolución Industrial, la urbe más desarrollada y moderna de todo el mundo en aquella época, pero también una ciudad donde había muchas desigualdades sociales y los niños eran explotados en el terreno laboral.
Extraordinaria es también la banda sonora de Debbie Wiseman, desde el tema introductorio, que emplea un instrumento tan extraño como el hammered dulcimer, hasta los cortes de piano, que son muy intimistas y recrean atmósferas románticas y melancólicas.
Además, al adquirirse a través de Amazon, la serie se puede disfrutar en inglés con subtítulos en inglés, para practicar mucho mejor el idioma. No viene en español, pero merece la pena disfrutar de los acentos originales de los actores.
En definitiva, que es necesario ver esta serie por numerosos motivos. A los amantes de Charles Dickens les ayudará a conocer la trastienda de muchas de las historias que éste cuenta a través de sus novelas, y a los profanos en el universo literario del escritor inglés les estimulará para zambullirse en sus obras.



https://www.amazon.es/Dickensian-Reino-Unido-DVD-Stephen/dp/B019N4K1UM/ref=sr_1_1?ie=UTF8&qid=1492470383&sr=8-1&keywords=Dickensian

domingo, 19 de marzo de 2017

"Spirit", un digno regreso para Depeche Mode

Cuando en el año 1993 oí el disco de “Songs of Faith and Devotion”, me enganché para siempre a uno de los grupos más clásicos del synthpop de los ochenta como es Depeche Mode. Me encantó esa voz de barítono tan seductora y, al mismo tiempo, desgarradora de Dave Gahan, unida a unas texturas instrumentales y sonoras llenas de oscuridad propiciadas por la excelente producción de Flood, más lo añadido en los teclados por el añorado Alan Wilder, que se marchó de la banda dos años después. Ahora, los de Basildon publican su decimocuarto disco de estudio, “Spirit”, el sexto desde que adoptaron el formato de trío, en 1997. La repercusión en los medios y entre el público ha sido muy variopinta, desde las críticas más entusiastas hasta los comentarios que dan por muertos a los británicos. En mi caso, y una vez que he podido escuchar el disco ya muchas veces, me parece que se trata de un estupendo trabajo, sobre todo porque el grupo ha sabido progresar en su sonido electrónico gracias a una magistral producción de James Ford, hacedor de otros músicos de gran calado, tales como Artic Monkeys

jueves, 12 de enero de 2017

¿Cree usted en los fantasmas?


Desde tiempos remotos, el ser humano ha sentido una fascinación especial por los fantasmas. En el terreno artístico, han sido muchos los que, de alguna forma u otra, han plasmado esta gran atracción en obras maestras de la literatura, el cine, la televisión o la radio. Pero, antes que nada, habría que hacer una distinción entre los términos fantasma y espectro, algo que por lo general suele llevar a confusión. El primero es capaz de interactuar con las personas a las que se manifiesta, mientras que los espectros son como una especie de hologramas que repiten, una y otra vez, una misma acción de forma cíclica, sin que le altere la presencia de un hipotético testigo.
Ya en la antigua Grecia, es muy conocido el suceso que le ocurrió al filósofo Atenodoro, que compró una casa en Atenas a un precio demasiado barato para la zona en la que se encontraba. Una noche, mientras escribía a altas horas de la madrugada, se le apareció un fantasma que lo condujo hasta un patio y desapareció. Al día siguiente, el sabio ordenó que se cavara en el mismo lugar en donde el espectro le había señalado, y se halló el esqueleto de un hombre anciano. Después de darle sepultura, los sucesos paranormales desaparecieron. Con el paso de los siglos, muchos han hecho referencia a este caso, como Jean Potocki, autor de «Manuscrito hallado en Zaragoza», una de las obras capitales de la literatura gótica.
Entre los autores que mejor han plasmado el mundo de los aparecidos, destacan escritores como Daniel Defoe, que, además de su célebre «Robinson Crusoe», también dejó algunas breves historias fantasmagóricas, como «La aparición de Mrs. Veal». Por su parte, Horace Walpole, en su «Castillo de Otranto», también trató la temática espectral, además de inaugurar la moda de la literatura gótica, tan en boga en Europa durante los siglos XVIII y XIX. Otro gran maestro en el terreno gótico, E.T.A. Hoffmann, plasmó el fenómeno de la fantasmogénesis en varios relatos, tales como «Historias de fantasmas» o «La puerta tapiada». Este es el mismo caso que el de uno de sus «discípulos», Edgar Allan Poe, que será recordado por cuentos como «Eleonora» o «El retrato oval».
De entro todos los autores que más se dejaron fascinar por esta temática, no podemos olvidar Charles Dickens, cuya literatura supo combinar a la perfección el realismo y la denuncia social, tan propias de su época, con el gusto hacia lo paranormal. «Canción de Navidad» o «El guardavías» son ejemplos magistrales de ese gusto del escritor británico por todo lo relacionado con los aparecidos. Otros muchos escritores de la época victoriana también supieron plasmar el horror que rodea a los espectros. Ese el caso de Bulwer Lytton, Sheridan Le Fanu, Rudyard Kipling, Conan Doyle, Margaret Oliphant, Wilkie Collins, etc. En otro sentido contrario, y como ejemplo de sátira hacia esa imagen del fantasma victoriano que se asemeja a un ente lánguido que inspira compasión por su fatal destino, estaría la maravillosa novella «El fantasma de Canterville», de Oscar Wilde.
Entre los escritores norteamericanos, hubo auténticos maestros en la literatura de fantasmas, como Henry James, que sentó precedentes por su excepcional novella «Otra vuelta de tuerca», que ahondaba en la figura de los espectros, pero aportando un tono psicológico al relato muy desconocido hasta el momento. Otra norteamericana, Edith Wharton, brilló especialmente por sus cuentos de fantasmas. La autora de «La edad de la inocencia» tenía una sensibilidad especial y dejó pequeñas obras maestras en sus ghost stories. En Estados Unidos, asimismo, brillaron con sus relatos fantasmales Washington Irving, Nathaniel Hawthorne, Ambrose Bierce, etc. Aparte de esos clásicos, en las últimas décadas nadie puede olvidarse del gran maestro norteamericano del terror, Stephen King, recordado por una de las mejores historias de fantasmas de todos los tiempos, «El resplandor», que fue llevada al cine de manera magistral por Stanley Kubrick.
Uno de los grandes renovadores del género fue, sin lugar a dudas, M. R. James, que dejó de lado la tradición de la literatura victoriana para ofrecer una visión más moderna de los fantasmas, incidiendo en elementos psicológicos que lo alejaban de la tradición decimonónica. Igualmente, podríamos citar a escritores como Guy de Maupassant, gracias a relatos tan recordados como «El horla», una de las obras maestras de la literatura fantasmagórica.
En España, también existen algunos ejemplos de escritores que se dejaron seducir por esta temática. Tal es el caso de Gustavo Adolfo Bécquer, Emilia Pardo Bazán o Pío Baroja.
En el terreno cinematográfico, aparte de la ya citada «El resplandor», hay otros buenos ejemplos de películas que reflejan esa fascinación por el tema de los fantasmas, como «Los inocentes» -una adaptación de «Otra vuelta de tuerca»-, «Al final de la escalera», «Ghost», «El sexto sentido» o «Los otros», entre otros muchos ejemplos. «Canción de Navidad», de Dickens, ha sido igualmente adaptada numerosas veces, algunas hasta en clave de parodia, como «Los fantasmas atacan al jefe»Por otra parte, dentro de la cinematografía japonesa se han hecho brillantes incursiones en este terreno, tales como «El círculo» o «Dark water». También la televisión ha mostrado su fascinación por este tema a través de series como «Entre fantasmas».
Por último, los amantes de la radio recordarán a Juan José Plans, que realizó dos espacios en Radio Nacional de España que tuvieron mucho éxito: «Sobrenatural» e «Historias». En estos programas, un completo equipo de profesionales, dirigidos por el añorado periodista asturiano, acometió la empresa de realizar versiones dramatizadas de clásicos de la literatura de terror, destacando también la temática fantasmal como una de las principales. Son célebres sus adaptaciones de «El horla», de Maupassant, o «La puerta abierta», de Margaret Oliphant.   
En fin, que podrían ser muchos más los ejemplos, pero lo anteriormente expuesto no deja de mostrar ese reflejo que el tema de los fantasmas ha tenido a lo largo de la historia en las distintas manifestaciones artísticas.